ANATOMIA DE UNA VALLA

Cuando adquirí mi casa, de las primeras cosas que hice fue vallar mi patio-terraza, con el fin de asegurar mi recién estrenada propiedad. Al cabo de un tiempo sufrí un robo en mi domicilio. Un robo demasiado fácil de cometer, realizado además por menores, lo cual resultaba un tanto vergonzante para mi valla. Aquello me hizo pensar y reflexionar. Lo único que había logrado con aquellos pinchos metálicos fue distanciarme de manera grotesca de mis propios vecinos, pero no había logrado el fin perseguido, que no era otro que el de ahuyentar a bandidos, invasores, y ocupantes, cuya relación con las vallas, los cierres y los controles es mucho más fluida de la que yo pensaba.

Así, vallamos todo lo que nos pertenece, lo nuestro, lo privado, aunque sólo sea por abanderar de algún modo nuestro feudo exclusivo. También vallamos situaciones, límites, y bordes, que, aun no delimitando propiedades, sí avisan de una determinada singularidad. Vallamos pues campos, jardines, estanques, fuentes, calles y aceras, templos, fábricas, complejos deportivos, escuelas, urbanizaciones, ciudades, países, y hasta espacios aéreos.

La valla tiene cierta connotación carcelera, vigilante, casi de portería, de la que no puede apenas disociarse. Por eso siempre he pensado que quizá el peor encargo que puede recibir un arquitecto es el de proyectar una cárcel, que en sí misma es una forma de valla. La arquitectura dispone todo su arsenal para mejorar la vida del ser humano, transformar su hábitat conforme a sus necesidades de bienestar, y en definitiva optimizar y aumentar su calidad de vida. Sin embargo, el diseño de una cárcel parece enfocarse hacia todo lo contrario. Resulta un tanto esquizofrénico armonizar el diseño de un espacio donde se combinen de manera equilibrada la privación de libertad con la dignidad y la calidad de vida. Sin embargo el castigo y la penuria también exigen su derecho a la arquitectura.

La valla, la franja, el límite, el borde, son herramientas de diseño que el arquitecto maneja, con mejor o peor fortuna, para definir y establecer la diferencia, la segregación, la separación, y si cabe el alejamiento de unos respecto de otros, ya sean personas, espacios, o simples situaciones. Dejan visualizar las diferencias entre interior y exterior, entre lo nuestro y lo ajeno, entre lo seguro y lo impredecible, entre la parte y la otra parte. La valla es la máxima expresión de la diferencia, y su anatomía exige un diseño, unas veces contundente y musculoso, y otras etéreo y casi virtual.

Las personas hemos ideado a lo largo de nuestra historia un amplio abanico de diferencias que han supuesto el levantamiento de infinidad de vallas separadoras. Las vallas no sólo separan libres de castigados, o fieras de seres humanos, sino que separan igualmente a hombres semejantes, culturalmente afines, e históricamente hermanados. Hemos vivido nuestra historia desde la premisa inmutable de ser diferente, pues en ello ha radicado siempre el mayor activo de nuestro desarrollo. Esa diferencia ha ido paulatinamente creando espacios, burbujas de aislamiento, áreas del “yo y lo mío”, del “nosotros y lo nuestro”, frente a cualquier otra forma de entender la interrelación entre humanos.

Pero no obstante lo anterior, la diferencia, a pesar de haber creado los conflictos humanos más desgraciados, ha sembrado a la par la semilla de la mejora. El hombre ha escrito las mejores páginas de su progreso gracias a la diferencia de opinión, la diferencia cultural, la diferencia económica, la diferencia social, y hasta la diferencia natural y ecológica. La razón no es otra que el hecho de que la singularidad del otro es nuestra mejor inspiración. Lo nuestro apenas nos da qué pensar. Lo ajeno sí. Nos motiva y nos infunde la ansiedad de aprehender su patrimonio, cualquiera que sea su naturaleza, para crecer, crear, o simplemente sobrevivir.

Pero hay algo que la valla no puede abstraer, y por tanto le resulta enormemente difícil su gestión: la necesidad de comunión. Ambas partes de la valla, interior y exterior, se necesitan y se complementan. Y todo ello hace que finalmente la valla no sea nada en sí misma, sino parte de otra cosa. Su entidad pierde fuerza y significado. Tan sólo es el límite de una situación, de un espacio. Ese espacio, real y vivo, es la frontera.

Las ciudades como Melilla no tienen frontera, sino que son en sí mismas una frontera. Son franjas territoriales que se presentan como la antesala de una situación de convivencia en el borde mismo de un país, de lo soberano, de lo propio. Una franja donde se gesta todo lo que atañe a una frontera, cual epitelio celular, o sea, el intercambio.

Son poblaciones caracterizadas por la excepcionalidad, y por supuesto por esa valla divisoria. Metálica o de hormigón, transparente u opaca, rígida o flexible, fija o desmontable, etc. Su macla de culturas no es fruto sino de su posición en el límite, en el borde de algo que asoma a otro algo diferente, y que por ello provoca necesariamente el cambalache.

¿Pero cuál es el efecto que produce una valla fronteriza? Desde luego no el deseado. La gran muralla china se construyó durante la Dinastía Qin con la idea de rechazar e impedir las sucesivas invasiones de los guerreros mongoles. Y así se consiguió. Pero los invasores no volvieron a sus casas. Migraron hacia pueblos más vulnerables, hacia el oeste. Su afán invasor no fue mitigado, ni mucho menos anulado por la muralla-valla china. Tan sólo trasladaron el mal al vecino. Estas invasiones fueron sucediéndose, por efecto dominó, paulatinamente hasta alcanzar al mismo Imperio Romano. Justo lo que vivimos hoy en día. Las vallas no producen rechazo sino migración.

¿Qué puede hacer la arquitectura en éste dominio? Si su función es la de mejorar la calidad de vida de las personas, ¿cómo hacer para que su intervención –muy recomendable por otro lado- transforme la excepcionalidad fronteriza de un pueblo en una deseada normalidad ciudadana? ¿En qué puede contribuir un arquitecto en la metamorfosis de una situación fronteriza?

Para empezar, hay que poner en valor un hecho incuestionable, pero que a muchos se les olvida: la razón alrededor de la cual gira la vida es la estética. La belleza gestionada produce arraigo en las personas, y sentimientos de alto alcance. Todo es una incansable búsqueda de belleza. Queremos que nuestra casa sea muy estética, que nuestro coche tenga la forma y el color más atractivos, que nuestra ropa sea seductora, que nuestro maquillaje y nuestro perfume resalten nuestra belleza y la aumenten, que nuestras calles sean las más hermosas, que nuestros parques estén limpios porque la limpieza es bella, que nuestra cultura sea la más guapa, que nuestra cocina se deguste con los ojos, o que nuestros hijos sean la envidia del barrio, por listos y por bellos.

Una valla fronteriza no es poner pinchos metálicos. Lo aprendí cuando robaron en mi casa. Debe ser otra cosa. Debe conformar un espacio público singular, seguro, y estético, con unas dotaciones que dignifiquen a sus transeúntes. El arquitecto está preparado para transformar, idear, e innovar cualquier espacio público, y el recorrido de una valla lo es. Su arma más eficaz es la sensibilidad hacia la estética. Congeniar ésta con la función y la seguridad es su máxima aspiración. Con ello convierte al ciudadano, a su usuario, en algo especial. Y el ciudadano es tan especial como especial sea su espacio urbano.

Empecemos por diseñar una valla arquitectónica: ese es el reto. Como un simple juego, un desafío a la normalidad, un canto a la utopía. Hagamos de su anatomía la envidia de las fronteras, poniendo en valor la comunión entre seguridad y belleza, entre control y forma, entre vigilancia y humanidad. Hagamos que el trasiego por su linde sea transparente, limpio, humano, generoso, y bello. ¿Que es difícil? Difícil fue alcanzar la luna, y ya pensamos en habitar Marte.

Autor

Colegiado 67

Toufik Diouri Yelul

Toufik Diouri Yelul

Arquitecto por vocación, tras 25 años de Aparejador por oficio. Melillense por pronta adopción, y nacido en la Plaza de España de Larache, como premonición.
En su viaje por el sector de la construcción, experimentó en casi todos los campos del sector, desde la pura producción, hasta la dirección técnica, pasando por la mercadotecnia y producción industrial, el asesoramiento empresarial, y una puntual docencia universitaria en la EUAT de Sevilla.
Master MBA Executive por la EOI, y Titulado Experto en Planificación Empresarial por la Escuela de Negocios del Monte de Piedad de Sevilla, ha dirigido y representado a empresas constructoras de diversos tamaños y naturalezas, a lo largo de su experiencia profesional.
Actualmente embarcado únicamente en su entusiasmo por la arquitectura, el aprendizaje, y la escritura, pasión ésta última que materializa -en parte- mediante su ventana editorial “El Tabique de Papel”, en prensa local, donde publica periódicamente artículos de contenido arquitectónico destinados a ilusionar, y familiarizar al ciudadano de a pie con la arquitectura.

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