J. D. SANTOS VINO A MELILLA

Casa en un huerto con cerezos, Cájar (Granada)

 

¿Cómo empezar éste artículo, sabiendo que usted, amigo lector, muy probablemente no sepa de quién le estoy hablando? Pues es de señalar que yo no escribo para arquitectos, sino para usted, médico de guardia, fontanero en su tajo, alumno de bachillerato, aparejador de casco en mano, maestro de albañil, trabajador en paro, político apasionado, ciudadano ilusionado, ama de su casa, inspector de hacienda, y de paso también para mis compañeros arquitectos.

La humilde misión de mis artículos no es otra que la de ilusionarle a usted con la arquitectura, y la de concienciarle de un modo amable y discreto de la repercusión de nuestra profesión en el entorno de su vida diaria, y en la de sus hijos. Usted puede salirse del cine si no le gusta una película, puede dejar un libro a medias si le resulta aburrido, puede cambiar de sala de exposiciones si las pinturas que observa le son violentas, pero no puede cambiar la imagen del edificio que acaban de construir frente a su ventana, o no puede dejar de lamentar el derribo de un edificio cuya historia le era cercana y familiar.

Usted experimenta seguramente una serie de sensaciones abstractas cuando observa un edificio a lo lejos, o cuando lo vive interiormente. Pero probablemente no es capaz de describirlas abiertamente. Tan sólo se contenta con que le gusta o le disgusta. Sin embargo, creo que el ciudadano debe ir más allá en el análisis de algo –la arquitectura- que está destinado a mejorar, o en su caso arruinar su entorno. Debe usted saber que detrás de las denominadas buenas arquitecturas se esconden multitud de emociones, de sensaciones encontradas, de noches sin sueño, e incluso de llantos apagados y solitarios, por parte de unos arquitectos comprometidos, a los que muchos califican de locos e insensatos.

Las arquitecturas se comporta como el buen champan o, en su caso, el buen vino. Unas son explosivas y embriagadoras de inicio, aunque al poco van perdiendo su burbujeante atractivo, y otras son fieles aliadas del tiempo, que nacen casi sin que se las espere, pero que a la par decantan paulatinamente su sabor a lo largo de la experiencia de los años. Usted mismo puede sacar sus conclusiones.

Juan Domingo Santos, loco y atrevido, campechano y culto, pero también tímido y mesurado, es el arquitecto que, junto al maestro Álvaro Siza, acometerá en breve las obras del Atrio de la Alhambra de Granada. No es cuestión baladí. Pues el mismo hecho de presentarse a tan desafiante concurso ya provoca el vértigo en las entrañas de cualquier arquitecto medianamente sensato. Intervenir con un atrio para visitantes en la antesala de la Alhambra es tanto como operar formalmente en la Plaza de San Pedro, del Vaticano, en los rededores de las Pirámides de Egipto, o en la lámina de agua que recibe al viajero ante el Taj El Mahal.

Pero a veces, ser un loco es la mejor de las tarjetas de visita para el creativo soñador, para el que siente vibrar el suelo bajo sus pies, para el que ofrece emociones en vez de planos, y para el arquitecto de estómago ardiente, y bullicio en las sienes.

Juan Domingo Santo, con su mesurado tono, y no menor simpatía, vino a Melilla, junto a Daniel Rincón, arquitecto de idénticas pasiones, y nos paseó en su breve locución a través de la fantasía más ilusionante de la arquitectura. A algunos puede resultarles chocante que, como él mismo dijera, no encontrara inspiración alguna en su lugar de trabajo, en su estudio, una abandonada torre industrial ligada a sus sueños desde sus viajes en el tren de Granada a Sevilla, y que con el tiempo conseguiría atrapar y rehabilitar para sí. Para él la inspiración está en el caminar, en el conversar con los vecinos, en el dialogar con el contexto y el entorno, en el oler y tocar más que en el ver y el observar, en el sentir. A la mesa de dibujo hay que llegar –nos viene a decir- con la mochila ya repleta de datos y sensaciones, y ahí deshojar las margaritas, y desenredar la abstracción para conformar la ansiada nueva realidad.

Juan Domingo Santos, a pesar de lo que pudiera parecer es un tipo de lo más normal. Su porte no busca estridencias ni altisonancias. Y sin embargo en su interior se oculta un catálogo del mejor conocimiento, apuntalado firmemente por los aparejos más solventes, que no son otros según él que la emoción y la experimentación. Nos enseñó lo fácil que es proyectar cuando se acomete desde las entrañas –“para proyectar no hay que pensar”, nos dijo-, desde el deseo más pueril, desde la seguridad de que el sentimiento puro tiene siempre su recompensa. Se acabaron los tiempos en que se veían las cosas con los ojos. Hay que mirarlas con el oído, degustarlas con el tacto, tocarlas con el paladar, y cerrar los ojos para verlas de verdad, desde el interior.

La Alhambra fue el lugar de su infancia, el patio de sus carreras de niño y de sus juegos de pelota. Mientras esperaba a su padre terminar su tarea de aparejador –un buen aparejador, según su hijo-, él impregnaba sin cesar su piel de todas las capas que la Alhambra le ofrecía como finas películas para el futuro. Por eso, cuando el destino lo puso frente a un pliego de condiciones tan aparentemente insensato, que hablaba de transformar, intervenir, o simplemente actuar en su antiguo recreo infantil, hoy Patrimonio de la Humanidad, se le activaron las aludidas capas, y determinó que aquella debía ser su misión. Consultada la tarea con su maestro y amigo Álvaro Siza, se embarcaron en la aventura –no sin debate de responsabilidad, según me cuenta-, y aprobaron el examen final.

Le cuento todo esto, amigo lector, porque la arquitectura finalmente es para usted. No es para nadie más. Un arquitecto loco e insensato, desmaquillado e inadvertido, poco fino en lo políticamente correcto, puede ser en cambio la buena llave de su entorno. Pero igualmente lo es –o puede serlo- el arquitecto de la corrección, el cuidador de la buena imagen, el organizado y programado, y el que estima que por encima de todo su oficio es un servicio al cliente. Pero finalmente –debe saberlo-, lo que prevalece es el proceso, y éste –nos enseña Juan Domingo Santos- debe contener cierto grado de pasión y emoción, sin las cuales toda arquitectura resulta dañina para usted y su entorno.

En cierta ocasión, en una entrevista al gran Miles Davis, trompetista inigualable, le preguntaron que cómo con tan pocas notas, con tan escasa presencia sonora de su trompeta en su música, era en cambio capaz de provocar tal torrente de emociones, vibraciones, y sensaciones. Cómo podía, con tan poca cosa provocar tantas otras cosas. Su respuesta fue fácil y sencilla: “cuando conoces y dominas la teoría, todo lo demás es un simple juego que fluye con naturalidad”.

Amigo lector, conozca usted también la teoría. Ésta vez fueron Juan Domingo Santos y Daniel Rincón. Pero próximamente serán otros los visitantes, los conferenciantes. Melilla se postulará más pronto que tarde en lugar para el debate arquitectónico, y para la exposición de ideas y visiones al respecto. Las jornadas de arquitectura son de puertas abiertas, y están pensadas también para usted. Es usted nuestro invitado. Acuda con sus amigos, con su familia, o sólo. Será siempre bienvenido. Participe en nuestras charlas, nuestras discusiones, nuestros debates. Es usted el protagonista principal, el receptor de nuestras inquietudes y nuestras emociones. La arquitectura es su hogar. No puede mantenerse al margen. Le esperamos.

Autor

Colegiado 67

Toufik Diouri Yelul

Toufik Diouri Yelul

Arquitecto por vocación, tras 25 años de Aparejador por oficio. Melillense por pronta adopción, y nacido en la Plaza de España de Larache, como premonición.
En su viaje por el sector de la construcción, experimentó en casi todos los campos del sector, desde la pura producción, hasta la dirección técnica, pasando por la mercadotecnia y producción industrial, el asesoramiento empresarial, y una puntual docencia universitaria en la EUAT de Sevilla.
Master MBA Executive por la EOI, y Titulado Experto en Planificación Empresarial por la Escuela de Negocios del Monte de Piedad de Sevilla, ha dirigido y representado a empresas constructoras de diversos tamaños y naturalezas, a lo largo de su experiencia profesional.
Actualmente embarcado únicamente en su entusiasmo por la arquitectura, el aprendizaje, y la escritura, pasión ésta última que materializa -en parte- mediante su ventana editorial “El Tabique de Papel”, en prensa local, donde publica periódicamente artículos de contenido arquitectónico destinados a ilusionar, y familiarizar al ciudadano de a pie con la arquitectura.

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