Paleta Ral

En 2004, la empresa Iniciativa BMW exploró una atractiva incógnita: ¿cuál era el color de Barcelona? Tras consultar a prestigiosos artistas, diseñadores, arquitectos y a algún cocinero, llegaron a la sorprendente o quizá no tanto- conclusión de que el resumen cromático de la ciudad se reducía a un plateado color sardina.

Los ponentes de tal elección formaban parte de una plantilla  de ilustres fabricantes de colores, historias, formas, diseños, pensamientos, y hasta sabores, que con el paso del tiempo constituirían la base de una realidad intelectual que hoy disfruta la ciudad de Barcelona.

Leopoldo Pomés, fotógrafo y publicista, Javier Mariscal, dibujante y diseñador,  Isabel Coixet, cineasta, Lucrecia, cantante cubana,  Ferran Adrià, cocinero,   y, los arquitectos Beth Galí, Oriol Bohigas, Oscar Tusquets,  Jean Nouvel, formaron, entre otros, un aula de opinión de innegable cualidad y calidad, y de donde el resultado, debatido y finalmente consensuado, no podía tener mejor reflejo.

Siendo adolescente mi hija, me decía que no le gustaba Melilla, que era marrón, y que tal color era deprimente y mortecino. Efectivamente, hubo un tiempo en que Melilla vivió una tremenda metamorfosis cromática debida principalmente a una serie de materiales constructivos, que Dios sabe por qué aceptaron los arquitectos, y que anularon sin más la  naturaleza original cromática de la ciudad, como son el tristemente famoso monocapa y el insufrible clorocaucho en fachadas. El monocapa era un invento de la casa Cotegran, de Texsa, cuyo nombre a muchos sonará, y que se vendía como el milagro de las fachadas. Un mortero con resinas y árido marmóreo crema, daba siempre ese tono ocre que acabaría inundando la ciudad. Poco a poco, ese tono fue ampliando su gama hacia marrones de todo tipo, y algún asalmonado, y en esa ampliación se fue configurando un tono para la ciudad que acabaría por retratarla sin siquiera pedirle permiso. Con el tiempo, dicho monocapa fue ampliando su gama cromática hasta otros horizontes, pero ya era tarde. Melilla ya era ocre y marrón para mi hija.

Un material áspero y dudosamente arquitectónico colonizó el panorama y lo sometió a su propio interés sin que nadie lo impidiera. Un material incómodo al tacto, absorbente de toda polvareda ambiental, imposible de subsanar, opositor de la planeidad, y enemigo del juego de las sombras, no ha encontrado en cambio ninguna ambición arquitectónica ni urbanística que se opusiera a su sorprendente expansión.

A esto hay que sumar que las deficiencias constructivas han hecho que muchas medianerías tuvieran problemas de humedades, y se normalizara el pintado de las mismas con clorocaucho rojo, para impermeabilizarlas. Rojos y ocres por tanto inundan la visión de la Melilla vernácula y otro tanto de la arquitectónica.

Finalmente Melilla se ha maquillado de modo autodidacta, y no programado ni normalizado, no teniendo en cuenta que la fachada, como bien decía Bruno Zevi,  no pertenece al edificio sino a la calle, al ciudadano, al paseante, o sea a todos. El arquitecto se ha visto desposeído de todo control sobre su diseño porque la dinámica constructiva era una, y a esa había que plegarse por imperativo comercial. Ninguna normativa al respecto.

La idea que tenemos todos de otras ciudades viene definida principalmente por su arquitectura y su cromática. Todos relacionamos nuestras ciudades visitadas con algún color, consciente o inconscientemente. Y ese color no tiene por qué ser su color aparente y visual, sino que nuestro ánimo nos conduce a él. Si hacemos un breve ejercicio mental, de relación cromática, y nos sumergimos en un debate con nuestros acompañantes y amigos, podemos llegar a conclusiones que nos sorprenderían. Si, por ejemplo, cerráramos los ojos, y quisiéramos asignar un color a núcleos urbanos cercanos a nosotros, como Nador o Alhucemas, u otros no tan cercanos, como Marrakech, Bilbao, Cádiz, París, Verona, o Moscú, nos daríamos cuenta de cuán apasionante y ameno puede llegar a ser el debate.

A veces, una especie de acomodo intelectual, un tanto vago en lo sensitivo, nos lleva a conclusiones demasiado aventuradas. A Melilla se la ha identificado en numerosas ocasiones con el  azul, quizá por ser su color corporativo. Pero habría que preguntarse por qué. Pues si esto fuese así por su simple condición de ciudad marítima, el mundo estaría lleno de ciudades azules. Pues hay que recordar que la historia de las ciudades ha estado siempre ligada a su cercanía al agua, sea por vía marítima o fluvial. El azul de Melilla, el Pantone 293, es fruto de otros significados, y no de un sentimiento. O al menos no siempre. ¿Alguien en su ánimo relacionaría Venecia con el azul? Es posible, pero no necesariamente, creo yo.

Para otros en cambio, Melilla es ocre, casi marrón, un tanto sahariana. Pero éste tono ¿es realmente definidor de la idiosincrasia melillense, o es sólo una sensación cromática sobrevenida? Es cierto que la gama de ocres y marrones es siempre agradecida, pero pocos admitirían el marrón como su color preferido. El ocre te acerca a la tierra, a la madera, al cuero y la piel, es decir, a la naturaleza terrestre, sólida y equilibrada, frente a la marítima, blanda y dúctil, salvaje e imprevisible. Quizá por ello el ser humano encuentra instintivamente cierto acomodo en dichos tonos.

Pero el debate debe centrarse en otros aspectos, en ésta materia. El color es un sentimiento, como diría Pepa Poch, representante española en la International Colour Authority. En la misma entrevista, ésta ilustre artista decía: “Estoy realizando un retrato. Me he entrevistado con la persona que pintaré, he hablado mucho con ella y lo que me ha transmitido será lo que pinte.”

¿Qué nos transmite Melilla como ciudad, como hogar, como sitio? ¿Qué nos cuenta de nosotros mismos cuando paseamos por sus rincones? ¿Cómo definir nuestras sensaciones cuando la vemos aparecer lentamente ante nosotros cuando la abordamos desde la cubierta de un barco, o desde la ventanilla de un avión? ¿Qué nos aprieta el estómago cuando caminamos por su paseo marítimo o por las angostas callejuelas del barrio de María Cristina? ¿Qué sensación vivimos entrando en una iglesia cuando en el horizonte suena al tiempo la llamada a la oración musulmana?

Todo ello invita a sentir, produce una emoción, y se puede traducir en una visión, propia e intransferible, en forma de abstracción formal y cromática. Ahí está el color. Tu color. Y seguramente sorprendente. Juguemos a ponerlo en valor, y definamos nuestra ciudad.

Autor

Colegiado 67

Toufik Diouri Yelul

Toufik Diouri Yelul

Arquitecto por vocación, tras 25 años de Aparejador por oficio. Melillense por pronta adopción, y nacido en la Plaza de España de Larache, como premonición.
En su viaje por el sector de la construcción, experimentó en casi todos los campos del sector, desde la pura producción, hasta la dirección técnica, pasando por la mercadotecnia y producción industrial, el asesoramiento empresarial, y una puntual docencia universitaria en la EUAT de Sevilla.
Master MBA Executive por la EOI, y Titulado Experto en Planificación Empresarial por la Escuela de Negocios del Monte de Piedad de Sevilla, ha dirigido y representado a empresas constructoras de diversos tamaños y naturalezas, a lo largo de su experiencia profesional.
Actualmente embarcado únicamente en su entusiasmo por la arquitectura, el aprendizaje, y la escritura, pasión ésta última que materializa -en parte- mediante su ventana editorial “El Tabique de Papel”, en prensa local, donde publica periódicamente artículos de contenido arquitectónico destinados a ilusionar, y familiarizar al ciudadano de a pie con la arquitectura.

*Este artículo ha sido escrito con carácter divulgativo, si te apetece compartirlo en cualquier otro medio, estaremos encantados de que lo hagas siempre que cites este sitio como fuente del mismo y al autor/es del artículo.

*El COACAM no se hace cargo de los comentarios y conceptos vertidos en los textos firmados por otras personas, siendo éstos de responsabilidad exclusiva de sus autores.

Noticias con la misma categoria